Quedada con Paluki y Afri alrededor de las 7:30h de la mañana en el aeropuerto de Barajas, todas bien equipadas con unas mochilas enormes y más cargadas aun.
Facturamos, atravesamos el primer control y un ratito de espera, entre risas y comida, tan común en los aeropuertos…
Sobre las 10h el primer avión. Dirección Casablanca y el cielo nos recibe con algún que otro abrazo a las blancas nubes que nos hace mecer con las turbulencias…
Ya en hora local, a las 12h volamos a nuestro destino: Marrakech.
Y llegamos… Pasar control de pasaportes, ubicarnos, recogida de maletones, y nuestro primer regateo a un taxista. 80 Dh/3 personas con el equipaje. Tampoco nos ha salido nada mal teniendo en cuenta que el bus cuesta 20 Dh/persona al centro de la ciudad.
Ya en el taxi nos damos cuenta del caos de la ciudad a la que nos dirigimos. Se conduce como quiere, por donde se quiere, entre motos, bicicletas, caballos, carros, coches, autobuses, furgonetas… Allí no existen los semáforos apenas y mucho menos el ceda el paso o el Stop, las líneas, continuas o discontinuas, cada cual las entiende a su manera.
Aparcamos en la calle del hotel Ali. Pagamos al conductor que ya nos quería meter 10Dh de más por “no haber entendido”, y a unos metros alcanzamos el hotel, bastante coqueto y buen estado. Dejamos todo, y salimos a conocer un poco la ciudad y pasear.
Gente, muchísima gente, las calles sin pavimentar, turistas, motos y bicicletas que te van pisando los talones y te adelantan haciendo maniobras imposibles en el último momento, mucho gato callejero, tiendas, gente que pide, que trabaja, que simplemente está ahí, atosigando a la multitud, que ofrece productos, que miran, que no se sabe qué harán... Allí hay de todo, y la contaminación, en una espiral interminable, también forma parte.
Comemos en un barecito donde se cocina a plena luz del día, en plena calle, y la verdad que salimos contentas con lo que nos ofrecen. Nos invitan a lavarnos las manos en un mini-lavabo, situado también al lado de la “cocina”, en la acera prácticamente.
Nos acercamos a la Plaza Djeema el Fna. Comienzo del Zoco, o souk en árabe, que significa gran desorden, algo muy acertado para calificarlo.
Monos, domadores de serpientes, ilusionistas, mujeres siempre tapadas que ofrecen sus tatuajes de henna, comerciantes de fruta, especias, productos típicos, vestimentas, objetos de tierra cocida, madera, metal, cerámica, babuchas, comida, hierbas… No encontrar algo allí es difícil.
Nos intentan vender de todo, algunos en un perfecto dominio del español. Mientras nosotras nos sumergimos en aquel nuevo mundo con todos los sentidos. Las callejuelas, a veces dejando ver el cielo azul entre los puestos, las tiendas, el ruido, la luz y el colorido, nos sumergen en un mundo al que no pertenecemos.
Tras salir de allí, todo retorna en tranquilidad. Cualquier cosa es mejor que todo ese bullicio si no lo deseas… Paseando nos acercamos a la mezquita de Koutubia, la mezquita más grande de la ciudad. Imposible no hacer comparaciones con ella y la Giralda sevillana.
Unos niños y chavales nos “regalan” rosas a cambio de unos dirhams o directamente piden dinero. Tras despacharlos de la mejor manera posible, nuestros pasos nos acabarán conduciendo a unos hermosos jardines con rosales, naranjos, setos recortados, fuentes sin agua y donde se ancla la biblioteca municipal, donde en su puerta juegan una niña y un niño con una pelota.
Tras ese respiro, nos dirigimos a la zona nueva de Marrakech, donde ya se ven semáforos, la gente va mejor vestida, no te paran cada dos pasos, los hoteles para turistas son enormes, caros y de cuatro estrellas mínimos y se nota que es donde mejor se vive.
Hemos apalabrado por un precio más razonable que en otras compañías de alquiler de coches, un Dacia Logan que vendrá a recogernos a la mañana siguiente a la misma puerta del hotel. Y volvemos al centro, a por Toni, que ya está pululando por estos lares y nos espera en la habitación con alegría.
Ya oscurece, saludo a la luna, y volvemos a meternos en el Zoco para que lo conozca Toni, que también acaba flipando entre el barullo, los ruidos, el estrés, las motos…
Cenamos en un bar baratísimo donde nos ponen unos kebabs de pan con pollo, salchichas y huevos aplastados. Muy ricos.
Habitación, y recolocamiento de macutos y bolsas de viaje. Lo que subiremos al Atlas, lo que se quedará en Imlil, lo que llevará la mula, lo que subiremos nosotros…
Y a saber a qué hora nos dormimos…
3 de abril, rumbo montañas del Atlas
Madrugón, desayuno, y fotos al bello y primer amanecer, que formarán parte de este viaje como principal guión.
El Sol apareció sobre los bajos y cuadrados edificios, entre ropa tendida en terrazas, cables, un océano de antenas parabólicas, en un horizonte diferenciado por palmeras, pájaros sobrevolando las calles, mezquitas y a nuestra derecha, las cumbres nevadas del alto Atlas, en un descolocado mas perfecto paisaje que me hizo despertar entre sueños y saber, ya viéndome allí, por qué estaba allí. Tan sólo quería fundirme entre montañas… El resto, ápices sin tanta importancia.
Tras esperar casi una hora al coche, que llegó tarde, y tras un percance con el depósito de la gasolina que nos llenaron en exceso y acabó vomitando por los bajos más de cuatro o cinco litros de gasofa sin plomo… Toni se pone a los mandos y conducimos hacia Imlil, nuestro punto de partida para la entrada al Parque Nacional del Toubkal.
Atravesamos dos carreteras importantes, no sólo invadidas por los coches, camiones o motos, si no por procesiones de gente que las atraviesa a pie, en bici, a caballo, en mula, cargados, que lleva ganado, que acude al colegio… La vida a pie de carretera o su paso por ella, sin existir distancias o kilómetros, es allí algo fundamental.
Los pueblos aparecen difuminados con el paisaje, sobrescribiendo su personalidad y encanto. Tan bien enmarcado con una baja montaña, promontorio o valle en cuestión.
En un par de horas, aproximadamente, alcanzamos Imlil, donde ya acariciamos las montañas y las tenemos a un palmo de nuestros ojos.
La voz de Brahím, el hombre de la casa donde dormiríamos el domingo, íbamos a dejar cosas innecesarias arriba y nos cuidaría el coche gritando Paloma, nos acentúa la llegada. Le seguimos y nos indica la dirección de su casa y el lugar donde podremos aparcar sin problemas. Reorganización final de macutos, en mitad de la calle y entre el polvo del suelo, y para entrar un poquito en situación antes del primer pateo y como invitación al pueblo, Brahím nos invita a un té y a unas pastas en su terraza mientras nos comenta la que nos cobrará por las mulas, los porteadores y la noche que durmamos allí. Como nos dijo en los mails, sin en principio poder regatear.
Nos despedimos de él, nos desea suerte en nuestra aventura montañil, y conocemos a nuestros muleros y porteadores, y a la mula en cuestión.
Comenzamos pateada, ascendiendo por una pista que sube de Imlil, y tendremos que atravesar las vistas de un pueblo con un minarete enorme y un pueblo a nuestro paso, donde los niños nos piden dinero, bolígrafos, caramelos, ropa, y los adultos se encargan de llevar mulas, del huerto, de vender en sus modestas tiendas, de ofrecer los productos…
El paisaje, qué decir. Altas montañas nevadas ante nosotros, atravesando ríos de agua y piedras, un sol que luce magistral, huertos en los que pastan vacas, cabras, ovejas, niños que juegan al fútbol con alguna pelota roñosa, gente que se esconde por no querer salir en las fotos, sobre todo mujeres. Gente turista que baja, con otras mulas desde la zona berebere, donde queremos llegar nosotros, la mitad del camino hacia el refugio.
Las zetas de subida parecen eternas, pero vamos encandilados. Enamorados. Es como estar grabando un documental, y por una vez, somos protagonistas y estamos dentro de él. Llegamos a los 2.400m de altitud tras cruzar un puente sobre el río y una cascada, donde están los bereberes, con sus puestos y mulas, su variedad y simpatía, su té y compañía.
Prometemos a la bajada que compraremos, que les cambiaremos algo y nos dicen los puestos, sus nombres, con predisposición.
Continuamos ascenso, más zetas, más piedras, y a nuestra izquierda, abajo, el río. Cada vez más cerca el destino principal y el no echar de menos, ni recordar. Ya empezamos a ver nieve más cerca, y las mulas atraviesan los charcos de agua como si nada, entre piedras y buenos pasos.
Y al llegar al primer nevero, es allí donde ellas no podrán continuar.
Aprovechamos la parada para comer algo, beber, hablar e invitar a la comida y tertulia a los porteadores. Son buena gente, e incluso nos hacen fotos con sus móviles de última generación, sin coñas. La mula se queda atrás, y ellos son ahora los que portean los dos macutos enormes que llevamos con todo el material mientras nosotros no subimos ni la cuarta parte que lo suyo… Y aun así, van más rápido e incluso nos dicen que vayamos más deprisa con el típico: Alé, alé. Llegan como media hora antes que nosotros al refugio, sin paradas. Son más que máquinas.
Nosotros vamos haciendo fotos, hablando, flipando. ¿Cómo nos pueden meter prisa en un lugar así? Ellos están acostumbrados, nosotros –excepto Afri- no. Y por fin, refugio Netler, del Club Alpino Francés, a 3.207m de altitud. Mucha nieve y mucha gente.
Pagamos a los porteadores y ellos emprenden bajada, nosotros nos conducimos a la habitación número 1, que compartiremos con unas cuantas personas más y nos acomodamos hasta que sean las 19h, cuando sirvan las cenas.
Hablamos con unos chicos de Navalcarnero, a los que yo misma me encargo de meter en mente nuevas palabras en su vocabulario montañil como son: mariquita y pisapraos. Sobre todo la última.
La cena resulta escasa. Somos demasiados y parece que no se dan cuenta de ello. Un caldito caliente, un plato de cuscús -más seco que el desierto- y algo de naranja es toda la cena. Y sin agua…
Paluki se va a la cama, y Afri, Toni y yo, nos quedamos en el comedor, donde conocimos a los dos Joses de Madrid acompañados de Ana y Yolanda, de Barcelona. Muy majos ellos.
Tras varias anécdotas y vivencias montañeras nos despedimos mientras ellos acaban la cena (subieron más tarde) y nosotros nos vamos a los sacos, muertitos de sueño.
Llevo más de 15 años viajando por África, sobre todo por Marruecos, y la subida al Toubkal es una de mis asignaturas pendientes. Espero que no dejes aquí la crónica, Silence. Me apetece mucho leer la crónica completa de tus vivencias y que esta entrada tuya me sirva como base para preparar una futura expedición.
ResponderEliminarUn beso de Fran Loksli.
Juuuuerrrrrrr, vaya pedazo de aventura ¿no? Y vaya montañazas que hay.
ResponderEliminarMuy bonitas las fotos. Siempre es difícil elegir cuales poner ¿verdad?
BSS, Diego.
La primera parte, alucinante.
ResponderEliminarMe estoy comiendo las uñas a la espera de la segunda parte.
Y ayer estuve en Barajas recibiendo a 6 amigos que lo coronaron el pasado viernes.
¿Que pasa?¿Está de moda el Toubkal?
Ya leí todo!! 1º que todo, que exquisitez en la manera de explicarlo combinando las fotos, simplemente genial!!
ResponderEliminar2º Me ha hecho muchísima gracia el tema de como conducen ahi y lo de las señales de tráfico que son excasas (me a recordado a Egipto, exactamente pasa lo mismo) si sales vivo es de milagro xD
3º Esa Mula!! QUE MAJAAA!! Que digna y que aguante, que estilazoo!! jejeje (fuera coñas) también me ha hecho especial gracia el tema de los móviles de ultima generación..
Me alegra que hayas vivido una esperiencia tan fascinante enserio!! y sobretodo que la compartas con nosotros, mil bss, Agur!
Impresionante, un relato maravilloso y que decir de las fotos, me dais muuuuuuucha envidia!!!!!
ResponderEliminarVoy a por la segunda parte ;-)!!!
Que pasada de montañas, enhorabuena por vuestra aventura...una crónica maravillosa acompañada como siempre de unas fotos espectaculares...gracias por compartila con todos nosotros...
ResponderEliminarSalud y Montaña